viernes, 15 de julio de 2011

The Liar -La Roba Familias

Disclaimer: Los personajes no son míos, son de la señora Meyer. La trama es mía y esta inspirada de algún lugar. Haha, yo y mi mente retorcida.


The Liar

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La Roba Familias

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Sí, lo había conseguido. Y vaya que no fue fácil. Dos meses buscando información que pudiera usar a mi favor. Estafarlo parecía estar más lejos que nunca. Se veía como una mentira cuando descubrí a Anabelle. No estaba bien de mi parte utilizarla para conseguir techo y dinero. Sólo era momentáneo. Seguramente, antes de aquel suceso en la tienda, no creía en el destino.


Conseguí que unos amigos me dejaran quedarme en su departamento. Tanya seguía enviándome dinero a la semana, lo cual agradecía profundamente. Ese día, gracias a un volado y que me atraparon desprevenida, tuve que ir a la tienda. Contra mi voluntad, caminé ocho calles hasta el supermercado más cercano. ¡Horror! Mis pies estaban adoloridos. Lección: nunca camines ocho calles con zapatos de plataforma.


¡Todo por un six-pack de cervezas! Además de dudosa calidad.


Gruñí. Las cervezas costaban más de lo que esperaba. Tendría que poner de mi dinero. Luego se los cobraría o… Robaría. Sonreí maléficamente ante la idea de vengarme. No era una persona de corazón puro. La vida me había dado de golpes y quitado mi inocencia siendo una niña. Suspiré. Delante de mí había una enorme fila. Una señora que podría ser mi madre, pero mucho más guapa, hablaba con un señor rubio.


—Te lo digo, Anabelle sigue viva —Replicaba—. El terremoto no la mató.


La señora parpadeaba tres veces por segundo para asegurarse de no derramar lágrimas. Tan guapa y llena de sufrimiento, es Anabelle debería ser su h…


—Edward dice que encontrará a su prima —Dijo el hombre rubio—. Los Cullen tienen mucho dinero y todo este tiempo invertido dará frutos.


No necesité ser un genio para sumar dos más dos. Anabelle, Edward, Cullen. Sonreí de oreja a oreja. Me aseguré que ninguno de los dos me viera y fui hacia otra caja más vacía, mientras que mi mente tejía un plan maravilloso, que me libraría de deudas y demás. La moraleja: escucha conversaciones ajenas. Observé las cervezas. No las requería más.


Ahora me dirigía a una mansión a conocer a Esme. ¿Cómo supe de Esme? Hay que aprender a leer en las hemerotecas. Edward me veía de reojo, yo le sonreía, él apartaba la mirada y fingía ver otra cosa. Como la pelusa rosa de su traje negro. Su camioneta negra era impresionante. Casi una Hummer. Vaya lujos que se podían dar. Miré mi ropa, una blusa café y pantalones de mezclilla junto con zapatos de tres centímetros. No mucho. Y luego lo miré a él, su impecable traje negro, con una camiseta blanca abajo del saco y la corbata azul. Demasiado. Lo hacía verse mayor de lo que realmente era.


Aparcamos fuera de una casa color crema. No era tan grande como me lo esperaba. Yo imaginaba una mansión de tres pisos, con muchos balcones, enormes jardines… Lo típico de personas ricas. ¡Esa casa no era así! Simplemente dos pisos y un pequeño jardín. Nada más, nada menos. Suspiré. ¿De verdad eran ricos? Tuve que recordarme con quién estaba y en donde.


— ¿La abuela? —Pregunté, esperando que mi acento no lo alertara—. ¿Está dentro?


Me vi atrapada por sus inquisidores ojos esmeralda en cuanto me giré. Examinaban cada poro de mi piel, como si no creyera aún que yo era Anabelle. En teoría, no lo era, sólo que eso, él no lo sabía. Sonreí nerviosamente, al momento que abría la puerta y bajaba de ahí a toda velocidad. Enseguida, lo tenía a mi lado. Suspiré, exasperada. ¿Sería mi sombra? Esperaba que no. Tendría que aprender a confiar en mí.


Tocamos la puerta. Sentía como me miraba aún. Me ponía más nerviosa. ¿Debía decirle algo… a Esme? ¿Qué sería? ''Hola, abuela. Soy tu nieta perdida. Sí, esa que pensabas que estaba muerta. Pero no lo estoy. Resulta que…'' Los pensamientos poco coherentes, fueron interrumpidos por un grito. Levanté mi vista, que hasta ese momento había permanecido en mis pies, y me encontré con la simpática mujer del supermercado. De cerca, podía ver que sus ojos eran azules… O zafiro. Sonreí.


— ¿Hola?


Aquel saludo pasaría a la historia como el más tonto. Lo aseguro. Soltó una risita y miró de Edward a mí.


— ¡Ya era momento! —Sonreía de oreja a oreja—. Por fin has conseguido otra novia.


Sentí caliente mi rostro. ¡Oh, no! No te sonrojes, por favor. Desvié mi mirada hacia mi 'primo', en busca de ayuda. Él sonrió de lado, pero sus ojos se veían muy tristes. Secretamente, me pregunté si algo le había sucedido. Ya se lo preguntaría en otro momento. Hizo un ademán para que entráramos. Seguimos a la señora hasta la sala de estar, donde nos acomodamos en los sillones de color beige.


Los ojos zafiro me taladraban, esperando a que alguno de los dos hablara.


— Tía Alice… —Edward soltó el aire que no sabía que había estado conteniendo—. Ella es… A…


Parecía que tenía dificultades para decir 'Anabelle'. Casi me reí. Casi. A pesar de querer quitarle dinero a esa familia, conservaba mis modales. Una persona civilizada que mantendría su risa bajo control. Sí, nada de reírse… ¡Al diablo con eso! Mis carcajadas no pudieron ser evitadas. Parecía una loca. Me llevé las manos a mi boca, intentando sofocar la risa. Fue imposible. La tía Alice me veía como si tuviera una extremidad de más, y ni que decir de Edward.


Tuvieron que pasar más de cinco minutos para poder recuperarme del ataque. Fue una crueldad de mi parte, pero no pudo ser evitado. Me aclaré la garganta y me dirigí a la mujer que estaba frente a mí.


— Señora, soy Anabelle… —Mascullé—. Resulta impresionante, lo sé. Aún no puedo creer que…


Los brazos de ella ya estaban en mi cuello. Me costó respirar un poco, y cuando lo hice, olí su champú de frutas. Su corto cabello me hacía cosquillas, sólo que esta vez pude controlar mi risa. Sentí algo tibio deslizarse por mi espalda, algo… Después me di cuenta que estaba llorando, el primer sollozo me lo alertó. Entre en pánico. ¿Estaba llorando? Regresé a ese día en el supermercado. Lo cerca que estaba de llorar. Cuando sentí sus lágrimas, quedé paralizada.


Edward leyó la alarma en mis ojos. Con muchísima delicadeza, la apartó de mí. El color de sus orbes resaltó más con el rojo a su alrededor. Exhalé, saliendo de mi asombro. Ella se comenzó a disculpar, entre balbuceos, pero murmure rápidamente que no era necesario. Secó los restos de lágrimas.


— ¡Oh, mi Dios! —Exclamó—. Todo éste tiempo… ¿Dónde te habías metido, Anne?


Busqué en mi mente algo, improvisar esto. Yo tenía la respuesta. Había pasado horas pensando en posibles preguntas. Y, por una extraña razón, luego de verla llorar, no tenía idea de lo que hacía allí. Dije algo, y la tía Alice asintió. Vi de reojo a Edward como pensaba en algo, antes de que pudiera formular su pregunta, el hombre rubio que la acompañaba ese día, entró.


— ¿Quién es? —Preguntó con voz fría. Evité estremecerme.


La tía Alice se levantó rápidamente, con una sonrisa.


— Es Anabelle… ¡Señor Whitlock! ¡Es Anabelle!


Esa mirada inquisidora de Edward, se instaló en la cara del señor. Frunció el ceño.


— Ella no es Anabelle.


No respingué, a pesar de que me tomó con la guardia baja. Actué normal y esperé a que Edward saliera en mi defensa. No tardó en hacerlo.


—Claro que sí. Véala. Idéntica a Anabelle.


—No, el cabello y la simetría de… —Se interrumpió—. Hay una forma de saberlo.


Se acercó hasta mí, sin apartar sus ojos de los míos. Oí las replicas de la tía Alice, pero él hizo caso omiso. Mi cabello que estaba casualmente despeinado, fue movió hacia un lado, mostrando mi tatuaje de luna. Frunció más el ceño. Las manos comenzaron a temblarme, nerviosa. ¿Qué buscaba? ¿Una marca de nacimiento? Volvió a dejar mi cabello en su lugar, no muy convencido.


— ¿Y ese tatuaje?


No me extrañó la pregunta, si no que Edward la hiciera.


—Tuve una adolescencia... Difícil y libre —Respondí—. Eso representa la luna: todos los días para mí, fueron como la noche. Vacía. Sin nada.


Apreté los labios para evitar seguir contando mi vida. Sí, la muerte de mis padres me había marcado. Solamente deseaba, que en esos momentos no comenzara a llorar. Concentré mi atención a mi regazo. Costaba trabajo reprimir las lágrimas, y estaba haciendo un gran trabajo. Oí como unos pisadas se retiraban, me imaginé al señor, y luego un cuerpo que caía en uno de los sillones.


—No me lo puedo imaginar —Dijo con voz triste, la mujer de cuarenta años—. Lo siento tanto…


No dije nada. Callada me veía mejor. Forcé una sonrisa y enfrenté a las personas. Me sorprendió que el señor me siguiera viendo así, tan… Como si fuera un sospechoso de un crimen. Suspiré y, por rarísimo que parezca, sonrió. Una sonrisa, ¿amigable? ¡Mis polainas! Parecía más un tic y era medio extraño, medio terrorífico.


—Mi opinión aquí sale sobrando —Calmado. Oh…—. Sólo cuenta la de la señora Esme.


Y no sé porqué, sus palabras fueron como una entrada. Los tranquilos y suaves pasos resonaron por las escaleras. Tragué en seco. Era un momento decisivo, de la opinión de mi 'abuela' dependía si seguía adelante o me iba a la cárcel por intentar timar a una familia. Nunca fui de las personas que sudaban, nunca, pero siempre hay una primera vez. Por fin los pasos se escucharon más cerca. Una silueta se deslizó dentro de la estancia.


La mujer en cuestión era, ¿cómo decirlo? La mayoría de edad se le veía por todos lados. Su piel arrugada y pálida como la de Edward y los ojos color entre verde y azul; el cabello era más blanco y con algunos destellos de lo que antes fue una cabellera castaña. Abrió los ojos sorprendida, cuando notó mi presencia. Yo estaba muda. El aspecto de la abuela era de una mujer frágil que con un simple soplo de viento, se derrumbaría. Intenté sonreír.


— ¿Esa es…? —Se cortó a media frase. Frunció los labios. Aquella voz iba de acuerdo a su aspecto: sabia y a la vez frágil.


Me mordí mi labio inferior.


—Correcto: ella es Anabelle —Intervino el señor—. O al menos, eso dice ella.


Meditó un par de minutos antes de volver a hablar.


— ¿Comprobaste la marca?


El señor rubio asintió—. Tiene un tatuaje. No sé si de verdad esté.


Suspiró. Cerró los ojos un momento y una dulce sonrisa se posó en sus labios. Cuando abrió los ojos, avanzó hacia a mí y me rodeó con sus brazos. Esperaba unas palabras de bienvenida, pero ella se limitó a sostenerme. En algún momento, también la abracé. Quizás fue que debía a fingir, o que su abrazo era cariñoso y maternal, que me hacía falta algo de ello. Un extraño pensamiento invadió mi mente.


''Lo siento, Anabelle, pero esta familia ya es mía''

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