viernes, 15 de julio de 2011

I Will Recover -Capítulo III

Disclaimer: Ok, los personajes no son míos, pertenecen a Meyer. Pero, la trama es completamente mía. NO PLAGIO!


I Will Recover

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Capítulo III


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Las palabras se quedaron atascadas en la garganta. Ningún sonido fue emitido. Ellos miraban tan fijamente, pasando por cada rasgo, recordando. Pero por más que buscaban, sus rostros ya no eran los mismos. Sus gestos, el brillo de sus ojos… Se preguntaron si de verdad estaban viendo a la persona que les había cambiado su vida. Sabían que, aunque sus ojos no pudieran verlo, sus corazones se habían paralizado por un momento, para después, latir con más ímpetu.


Todo ese tiempo, sintiendo que algo les hacía falta… Y de repente, se vuelven a ver. Bella negó con la cabeza, creyendo que así alejaría sus pensamientos. Giró su rostro y se concentró en el servilletero con un cisne. Sonrió un poco. Era un poco irónico que se pusiera a pensar en los Cullen, y ellos inmediatamente aparecieran por el campus. Suspiró. No tenía idea de que decirle.


Por el contrario, Edward parecía tener muchas cosas que quería contar. Su vida sin ella, su psicólogo, medicamentos. Todo lo que se había perdido. Observó como el cabello de Bella que era más corto se ondulaba aún más que cuando lo tenía largo. No le vio defectos, a pesar de tener muchos. Para sus ojos, era perfecta. La curva de sus labios en la sonrisa irónica y las lágrimas en las orillas de los ojos.


A lo lejos, Renesmee apretaba furiosamente su blusa. Sus mejillas se colorearon de rosa. Sí, estaba celosa. Pero más que celosa, indignada. Edward había hablado casi una hora, y parecía que ya habían llegado a amigos… Luego llegó esa, y todo se fue al desagüe. ¿Qué tenía ella que no poseyera ella? Nada. Es más, era mucho más bonita. No, hermosa. La castaña parecía más un muerto, y ella, una reina. El ego estaba herido, vuelta atrás era imposible. Acababa de encontrar a su rival de amor. Se dio la vuelta y fue a atender una mesa sin quitar ojo de Edward.


— Eh… —Carraspeó, Edward, ansioso por romper el incómodo silencio—. ¿Cómo has estado?


¿Cómo había estado? Bella tenía ganas de jalarse los cabellos y arrancárselos. Podía contestarle tantas cosas, y unos cuantos insultos, pero no era su estilo. Se limitó a juntar sus manos sobre su regazo y exhaló.


—Puedes verlo —Respondió, luego de unos segundos—. No estoy tan bien como tú —Hizo un ademán con la mano y torció la boca—. Pero he intentado salir adelante. He rehecho mi vida. ¿Qué hay de ti?


Ella, nunca se imaginó que charlaría con su ex novio tan pronto. Eventualmente, sabía que iba a suceder. Aunque el escenario era muy distinto. Bella estaba casada con tres hijos y tenía una casita como de princesas. Ambos se encontraría de casualidad por la calle; ella le invitaría una taza de té en su casa y conversarían de sus vidas. Descubriría que Edward sigue soltero y con dos perros. Secretamente, se estaría regocijando que su vida marchara mejor.


Edward le sonrió. Bella deseó ver sus dientes un poco amarillentos, al igual que los de ella, producto de tomar todos los días cafés. En lugar de eso, sus dientes estaban más perfectos que nunca. Suspiró. Desearle el mal no iba a resultar, si su corazón seguía latiendo de esa manera al verlo. Recordó aquel día que se confesaron sus sentimientos, dudas, todo. Lo recordó de la manera de la cual se enamoró. Su corazón dio un vuelco doloroso. No le hacía bien pensar en él.


—Eso ya lo sé —Dijo, cansadamente, antes de pasar una mano por sus cabellos bronces—. Me refiero… —La miró a través de sus largas pestañas. Bella había olvidado que las mariposas en su estómago se alborotaban aún más cuando hacia eso—. A… ¿Qué ha sido de tu vida sin mí?


¿Arrogante? ¿Egocéntrico? Su pregunta sonaba de esa manera; sólo que las intenciones eran diferentes. No lo hacía para aumentar lo que le quedaba de ego, si no por mera curiosidad. Él podría hacerle una larga lista de cosas que cambiaron en su vida sin ella, cosas que no sabía que cambiarían si ella se marchara. Suspiró, aún viéndola a través de sus pestañas, sin saber el efecto que tenía sobre la chica que estaba enfrente.


—No lo sé —Habló, con voz serena, o eso en apariencia—. ¿Vacía? No, es otra cosa. Quizás… ¿La tuya?


El chico sonrió. Bella se comenzaba a fastidiar del señor todo sonrisas. No sabía si era porque se le veía más feliz, o por el hecho que le restregaba en su cara la felicidad. Apretó los dientes. Simplemente sublime. ¿En qué momento su vida normal se vio afectada por él? Soltó el aire que no sabía que contenía, e inhaló otra bocanada. Esperaba atenta la respuesta de Edward. Fingía no estar atenta y concentrada en alguna otra cosa, pero sus oídos estaban atentos.


—Un desastre —Admitió sin pena—. Cada día lamentando tu partida. ¿Sabes? No fue lindo que te fueras sin despedirte.


Ahí estaba. Lo había dicho todo. Las lágrimas que intentó controlar, terminaron ganando la batalla y escaparon de sus ojos. Edward la miró, alarmado. ¿Qué había dicho? La castaña llevó sus manos al rostro que ya se encontraba colorado y lloró. Lo que contuvo, y que no quiso expresar, se fueron con sus saladas lágrimas. Pasaron algunos minutos. Todo el mundo se giraba a verlos. Renesmeé no sabía que pasaba, y aún así sonreí de oreja a oreja. En el momento en que Edward intentó consolarla, se apartó rápidamente y salió del local.


Estupefacto. Así estaba. ¿Qué había sido eso?


Por otra parte, Bella, estaba incontrolable. ¿Por qué Edward tenía que ser tan dulce? ¿No podía ser despiadado y, tal vez, un playboy? ¿Por qué él era como un príncipe sacado de un cuento de hadas? Hubiera preferido que cuando lo volviera a ver, ni siquiera le dirigiera una mirada, ni de lástima. Que fuera invisible, un cero a la izquierda. Sólo que parecía dispuesto a entrar de nuevo en su vida, sin que ella lo hubiese invitado. Carraspeó, intentando deshacerse del nudo de su garganta.


Se las arregló para llegar a su habitación. Kate estaba en una esquina, con sus audífonos puestos y un libro en su regazo, si no fuera porque azotó la puerta al entrar, ella no sabría de su presencia. Sus ojos recorrieron la habitación, buscando a su compañera. La encontró sobre la cama, hecha un ovillo y llorando. Se acercó rápidamente. No se veía como cuando lloraba de repente. Era mucho peor. No creía que intervenir fuera lo correcto. Con cuidado y silencio, salió de la habitación, hundiéndola en la oscuridad.


El tiempo fue lo de menos. Porque nunca lo contó. Aquellas saladas lágrimas terminaron por agotarse y el cansancio la venció.


Edward estaba medio ido. Aún no creía que el amor de su vida estuviera cerca de él, y el inicio de lo que parecía pintar un seguro regreso, terminó como un incómodo momento entre ambos. La sinceridad de sus palabras fue lo que la hizo sentir así, estaba convencido; estaba abrumada por verlo de nuevo, y cuando dijo eso, fue la gota que derramó el vaso.


Arrastrando los pies, llegó a su habitación. Su compañero no estaba, se alegró por eso. No lo hubiera podido ver a la cara sin una sonrisa de satisfacción. Mejor que disfrutara a Bella, porque dentro de poco volvería a ser de él. Caminó hasta el escondite donde tenía su preciado diario y lo abrió en una nueva página. Puso la fecha en una esquina superior, y comenzó a escribir:


Llorar de felicidad. La he visto. Sus cambios físicos son mínimos, sigue hermosa como siempre. Pero sus ojos se ven tristes, muy tristes y algo amargos. También su personalidad, es un poco más callada de lo normal, tal vez… Jacob, quien empezaba a considerar un amigo, se ha convertido en mi rival de amor… Me pone furioso. Aunque, he aprendido mi lección, buscaré la manera de alejarlo de mi Bella. Tan dulce. Ella se entregó en cuerpo y alma a mí. Fui su primer hombre. Es mía. Jacob, prepárate, acabas de conocer a tu peor enemigo.


E. C.


Escribió con tanta fuerza e ira lo último que la hoja se rasgó. Suspiró. Relamió sus labios, porque de pronto, los sentía secos. Escuchó el sonido de la puerta cerrándose y levantó la vista para encontrarse con los ojos negros de Jacob, que le sonreía amablemente. Edward le devolvió la sonrisa, pero no era amigable, era de superioridad. Jacob ya había perdido sin siquiera empezar a jugar.

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