
I Will Recover
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Capítulo I
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La Universidad se veía intimidante, pero después de un año lejos de ella, su vida se había venido abajo.
No podía creer lo que veían sus ojos.
El día había comenzado como cualquier otro: aburrido. Sin embargo, la sensación de que algo diferente iba a suceder, embargaba por completo su ser. El corazón le palpitaba con fuerza. Estaba en Los Ángeles.
Ella, de repente, se había ido lejos de él. Dejándolo solo, sin saber a quién recurrir. Se cambió de escuela, se mudó a Phoenix, hasta donde le habían contado. Hizo todo lo posible para ir junto a ella, pero su madre dudaba de su salud mental, cuando, a regañadientes y con una enorme culpabilidad, le habían contado que fueron responsables de la muerte de la joven Tanya.
Antes de entrar a la Universidad, estuvo un año lejos de la escuela, y asistiendo junto con Alice y Emmett con un psicólogo, que sinceramente, estaba más loco que los tres juntos. Pero, estar en Los Ángeles, a pocos metros de distancia de donde se podría encontrar 'ella', lo ponía muy animado; le hacía tener una enorme sonrisa en su rostro y que sus hermanos resoplaran por su felicidad.
La Universidad se veía intimidante, pero después de un año lejos de ella, su vida se había venido abajo. Mucho sufrimiento que había plasmado en las hojas del diario que se había comprado a un dólar. Y tantas ganas de volver a tenerla entre sus brazos, de besarla.
Durante sus sesiones psicológicas, no habían encontrado otra cosa más que rencor y sufrimiento causado por la separación de sus padres. El psicólogo había dicho que eso había ocasionado que quisieran mantener a Bella, contra todos, junto a Edward. Se negaban a ver otra separación. El divorcio, que pensaron no iba afectar mucho en ellos, había resultado ser una maldición. Dañando a gente. Matándola. A pesar que la muerte de Tanya había sido accidental, ellos le quisieron hacer daño destrozándole el auto.
Cuando Edward le confesó a Bella que había sido responsable de las malas cosas que habían pasado últimamente, le había dado un ataque histérico. Tenía que tomar tres tipos de pastillas y cápsulas para mantener fuera la ansiedad. Alice y Emmett habían seguido a Edward hasta Los Ángeles; estaban un poco más cuerdos que él. Carlisle se había decepcionado tanto y echado la culpa de los males de sus hijos, que se había colgado. Su mujer, Elizabeth, había intentado quedarse con todo –solo había estado con él por conveniencia–, pero en el testamento, se había estipulado que todo era para sus hijos y un veinticinco por ciento, para Esme. A Elizabeth no le quedo de otra más que buscar a otro hombre a quién engatusar. Así que sólo Esme y sus hijos asistieron al funeral.
Edward entró como alma que se la lleva el diablo a la Universidad. Las habitaciones para los estudiantes eran mixtas, por lo que no sabía con exactitud quien sería su compañero de habitación. En cambio a Emmett y Alice les habían dado la misma habitación. La adrenalina corría por sus venas, como si hubiese consumido alguna droga. Miraba cada rincón de todos los pasillos, buscándola. Alice corría detrás de él, intentando alcanzarlo; Emmett caminaba como si nada, sonriéndoles a las chicas.
Los Cullen se iban a especializar en diferentes carreras. La pequeña, en Diseño gráfico; el chico de ojos verdes, en Periodismo; y el más grande, en Arquitectura. Sus metas eran diferentes. Muy diferentes. Se había atrasado un año; en esos momentos estarían el segundo año de su carrera. Como Bella lo cursaba.
—Edward —Le habló, Alice—. Todavía tenemos que ir a recoger nuestros horarios.
Emmett asintió, dándole la razón a su hermana. El chico de ojos verdes se encogió de hombros y los siguió hasta la oficina principal. Los alumnos iban y venía, entraban y salían… Aquella universidad era más diversa que la preparatoria de Forks. Ahí, desde que nacías, estabas destinado a ir a la escuela con las mismas personas: desde el Kínder Garden, hasta la preparatoria. A menos, claro, que se mudaran nuevas personas al pueblo, cosa que casi nunca ocurría.
Los ojos de Edward escaneaban a todas las chicas con melena castaña y de estatura promedio. Ella debía estar entre ellos. ¿Qué habría sido de ella? Se preguntaba. Él solía tener el vanidoso pensamiento que ella nunca lo iba a olvidar. Que él era una parte fundamental en su vida. Siendo así... Su regreso no le afectaría; es más, ella estaría feliz con su regreso. Sonrió, engreídamente.
Alice tiró de su brazo, regresándolo a la realidad. Le dio algunos datos a una de las tantas secretarias, y enseguida, les entregaron sus respectivos folletos, mapas, horarios y llaves de la habitación. La habitación de Alice y Emmett quedaba en el edificio uno, mientras que el de Edward, en el siete. Quedaron de reunirse en Starbucks a las seis de la tarde, para empezar a desempacar.
El chico de ojos verdes estuvo de acuerdo. No quería a sus hermanos encima. Quería buscarla. Pero, Alice y Emmett estaban dudando en darle tal libertad. Esme se había mostrado preocupada ante la lejanía de la universidad. No los tendría cerca para cerciorarse de que no cometieran imprudencias, como lo habían hecho en el pasado.
En su habitación se encontraban todas las cajas, apiladas en una esquina. Ésta se dividía en dos partes, de un lado las paredes estaban pintadas de azul rey, con algunos pósters de deportistas, un estante con libros y unos cuantos cd's. La cama tenía cobertores del mismo color de las paredes y muchas almohadas blancas. Un enorme armario se encargaba de dividir la habitación. El lado en donde se encontraban las cajas estaba blanco, literalmente. Las cajas de color café oscuro era lo que sobresalían. La cama tenía una sábana y una almohada de color blanco, al igual que las paredes. Ambos tenían una pequeña mesita de noche y una cómoda. Los dos lados hacían contrastes graciosos.
Abrió una caja y encontró su ropa. Perfectamente doblada. La sacó con cuidado y la metió dentro del armario. De un lado se encontraba la ropa de su compañero. Un hombre, a juzgar por el tipo de ropa que se encontraba ahí. Continuó abriendo las cajas que decían con marcador negro 'ropa y zapatos'. Pronto, su cama había dejado de ser descolorida. Un cobertor de azul marino, casi igual que la de su compañero, y muchas más almohadas y cojines. Decidió que después pintaría su lado de un azul menos fuerte para que resaltara el color de su cama.
Su madre se había tomado la molestia de guardarle una lámpara de noche. Sonrió, agradecido. Entre sus cosas personales, buscó su diario. Apenas y era un cuaderno de 10 x 10 centímetros, con un candado pequeño y un juego de llaves; con las cubiertas de color dorado y el lomo de negro carbón. Tenía un bolígrafo especial, de tinta azul y punta fina. Hojeó su diario hasta una nueva página en blanco y escribió la fecha con su pulcra caligrafía. Se sentó en la cama, esperando a que sus sentimientos brotaran y comenzara a escribir.
Estoy emocionado. Por fin estoy en Los Ángeles, en la Universidad a la que ella asiste. He querido correr por todo el campus, buscando a Bella, pero he tenido pegados a mis hermanos. Me he tomado la mañana paseando de un lado a otro, pero no la he visto. ¿Sabes? Extraño el calor de su mirada: la forma en que el chocolate de su mirada podía fundirse con la mía, como chocolate derretido. La extraño. Mucho. Ya sé que son varias veces las que te digo esto. No es una obsesión, tendría miles de fotos de ella, la hubiera buscado desesperadamente por mar y tierra cuando se fue; pero no, le di su espacio. Un año. Y ya necesito verla. Tengo que reunirme con mis hermanos para cenar. Te dejo… Por ahora.
E. C.
Tomó su chaqueta y salió. Llevaba quince minutos de retraso. Desempacar le había tomado más tiempo del esperado. Sus hermanos se encontraban en una mesa cerca de la puerta. Ya habían ordenado un café. Edward les sonrió, mientras se sentaba frente a ellos.
— ¿No pudieron esperarme? —Preguntó, burlón—. Fueron solo quince minutos.
Alice rió—. Teníamos hambre, señor impuntual.
Los tres rieron. La mesera se les acercó. Tenía unos enormes ojos achocolatados, como los de Bella, y el cabello cobrizo, rizado. No tendría más de dieciséis años. Era tan delgada como Alice, pero alta, le llegaría a la barbilla a Edward.
—Mi nombre es Renesmeé —Su voz era dulce, de niña. Les sonrió—. ¿Ya decidieron que van a ordenar?
Cada uno ordenó algo diferente, y Edward tuvo que encargarle un café cargado de un litro. Esa noche no podría dormir, de todas maneras. Charlaron de algunas cosas, compañeros que habían visto, algunos rostros familiares. Dieron las ocho de la noche. Los dormitorios comenzarían a cerrar a las ocho y media. Dejaron, aproximadamente, veinte dólares de propina para su mesera. Aquella peculiar chica, les sonrió agradecida, y les deseó buenas noches.
Charlaron hasta el centro del campus, donde se despidieron, esperando verse mañana al mediodía. Entonces, Edward siguió hasta su habitación. No esperaba encontrar a su compañero ahí, es más, no esperaba verlo hasta el día siguiente. Pero, ahí estaba. De ojos negros, al igual que su cabello; una gran masa de músculos, casi tanto como los de su hermano, y de piel trigueña. Lo examinó. No traía camisa.
—Eh, soy Jacob —Se removió, incómodo, buscando su camiseta—. Tú debes ser Edward —Por fin, encontró su camiseta. Se vistió con rapidez y le tendió su mano—. Un placer conocerte.
Edward cogió su mano y la sacudió—. Lo mismo digo.
Se miraron unos segundos, y después se soltaron. El chico de ojos verdes se dejo caer sobre su cama. Con ingenio, se quitó sus pesados par tenis, y se relajó. Cerró sus ojos y suspiró. Ese día no la había visto, el lugar era enorme, por eso esperaba que al día siguiente pudiera saber de ella.
— ¿De dónde eres, Edward? —Preguntó, Jacob, rompiendo el pacífico silencio.
—Seattle… —Contestó—. ¿Y tú?
— De La Push.
— ¿Cómo?
— Queda cerca de un pueblo llamado Forks, en Washington —Aclaró.
Los ojos de Edward se abrieron. ¿Es qué todo tenía que recordarle a ella?
—Oh.
Jacob asintió. Luego, le sonrió abiertamente, mostrando una perfecta hilera de dientes blancos: sonrisa de comercial.
—Seremos buenos amigos —Dijo—. De verdad, eres el único que sabe escuchar.
A Edward no le pareció mala idea. Un amigo. ¿Qué era eso? Bella había sido su amiga… Y algo más. La única, Rosalie no fue nada de él, y ni que decir de Tanya. En Seattle siempre había estado junto a sus hermanos; había gente que se le acercaba, pero sólo por interés. Así que nunca supo lo que era un amigo, hombre. Le sonrió.
Entonces, imaginó que como Jacob ya tenía tiempo aquí, conocería más o menos todos los alumnos de su generación. Tal vez a Bella. Sonrió, esperanzado.
— Oye, tengo una amiga —Novia—. No sé si la conocerás. Ella estudia aquí.
Jacob rió—. Dime su nombre.
Edward pensó unos minutos. ¿Sería prudente decirle? Si a partir de ese momento iban a ser amigos, era mejor que él supiera todo acerca de él. Desde su llegada a Forks hasta el psicólogo y sus pastillas contra la ansiedad.
—Isabella… —Su voz sonó como arrullo—. Isabella Swan.
Su nuevo amigo soltó una estruendosa carcajada. Alzó una ceja, preguntándose que tenía de gracioso ese nombre. Pasaron un par de minutos, antes de que Jacob pudiera recuperar su voz.
— ¿Qué si la conoceré? —Murmuró, burlón—. Ella es mi novia.
Edward se quedó petrificado. Intentando procesar la información que le acababan de dar. Jacob y Bella. Bella y Jacob. Novios. El único problema en esa oración, es que no estaba él, sino su supuesto nuevo amigo. Bella no lo había esperado, había vuelto a hacer su vida, pero ella no contaba con su regreso. Y él iba a recuperarla, costara lo que costara.
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