The Liar
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Anabelle Cullen
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Pasé una mano por mi cabello, en el momento en que soltaba un suspiro de cansancio. El presidente de la empresa me miraba con expectación, esperando mi respuesta. Parpadeé confundido. ¿Había dicho algo? Me sumía tanto en mis pensamientos que me costaba prestar atención; últimamente más. Repitió la pregunta, dispersando mis dudas. Sus labios estaban fruncidos, seguramente, estaba molesto conmigo, de nuevo. Bufé por lo bajo y respondí con a voz más alta y clara posible.
Los inversionistas me miraron con la boca abierta. A pesar de solo contar con veintitrés años, yo era vicepresidente de una importante compañía de videojuegos. En la preparatoria solían llamarme ''cerebrito'', bromeando de mis perfectas calificaciones. Tenía seguramente muchos amigos porque era el inteligente de la clase y el que pasaba los trabajos. Mi personalidad no era lo que se decía 'sociable', ni mucho menos agradable. Había demasiadas cosas de las que ocuparme y no tenía tiempo de hacer amigos.
Concluí todo con una gran –falsa– sonrisa, y todos aplaudieron, sumamente complacidos. Desde que había llegado a la empresa, su venta y producción habían ido en aumento. Gracias a mí, y a mi gran cerebro, no se habían ido a la banca rota. Aunque ahora cargaba un peso mayor en mis hombros, era feliz y no me faltaba nada en la vida. O al menos, siempre había creído eso.
Todo era tan fácil y monótono que a veces sentía que la única, verdadera acción estaba cuando la fotocopiadora se tragaba el papel. ¿Triste? ¿Aburrido? Ustedes escojan el adjetivo que más se acerca a mi vida. Nunca será emocionante ni mucho menos lleno de vida. No. Así era mi vida y no tenía porque ir en contra de lo que era. Llevaba comida a mi mesa, tenía un techo y me podía dar lujos que muchos no. Simplemente no era tan deprimente como parecía.
—Edward —Llamó el jefe, James, una vez que los futuros inversionistas se marcharan.
Levanté a vista de mis papeles. Sonreí de manera irónica, haciendo una seña de que se acercara a mí.
— ¿Qué pasa? —Inquirí, burlón—. ¿Otra vez necesitas mi ayuda?
Él era el jefe de la empresa, pero siempre parecía que era yo. Todo el tiempo estaba detrás de mí, pidiéndome ayuda. Sus ojos reflejaron su enojo, la humillación de saberse inferior a mí. James era lo suficientemente arrogante y embustero para decirle a todo el mundo que él era el genio y líder absoluto e la compañía, mientras yo había estado rogándole por el empleo. No me molestaba en desmentir, no tenía caso. La verdad, es que poco me importaba lo que las personas pensaran y dijeran de mí, con tal de que hicieran bien su trabajo, podían susurrar tras mis espaladas, o frente a mis narices.
—Sí —Suspiró, rindiéndose. Se sentó frente a mí—. Necesito que me ayudes con los presupuestos del nuevo videojuego —Su voz tembló cuando pronunció la siguiente frase—. Y presiona a Ángela con el gráfico. El comercial y el original.
No era secreto ni para mí, ni para nadie que a James le gustaba Ángela. Sólo que para su mala suerte, ésta no le daba la hora y su corazón pertenecía a nuestro jefe en sonido, Ben. El jefe, al ser un hombre acostumbrado a tener lo que quiere, había intentado despedir al dueño del corazón de su amada; es donde entré yo, persuadiéndolo que no le quitara su puesto. ¿Dónde encontraríamos a alguien mejor que él? Nuestra empresa sólo tenía lo mejor de lo mejor.
Algo que realmente odiaba, era que las personas dejaran de pensar en su propio bien para preocuparse por la persona que amaban. Lo odio. Perdían su individualidad y empezaban a hacerse dependientes de la otra persona. Era peor que las drogas o el alcohol. Asentí, obedeciendo la orden. James me sonrió y se marchó de la sala. Rápidamente me levante y fui al sofá más cómodo. Me desparramé por completo.
Había estado trabajando horas corridas diariamente. La migraña que llegó hace tres días, no se marchaba; los músculos tensos, y mi rostro estaba horrible, en especial con la barba de días. Mis oídos zumbaban. Entonces recordé, que en lugar de quejarme, tenía cosas que hacer. Gemí y tiré de mis cabellos, llevándome algunos entre los dedos. Busqué a Ángela en su oficina, pero no se encontraba ahí. Ben me informó que tuvo una emergencia y se había retirado temprano. Los presupuestos fueron revisados y analizados meticulosamente por la tarde, poco antes de la reunión. Ahora, ya no tenía nada que hacer.
Suspiré pesadamente, sentado tras mi escritorio. Golpeé mis dedos en la mesa, al ritmo del tic tac del reloj. Golpe. Tic. Golpe. Tac. Esto era tan estúpido de mi parte. ¡Podría estar durmiendo! O bañándome, o tomando médicamente contra mi migraña. Bufé y cerré los ojos, dispuesto a tomar una siesta de dos horas sin interrupciones. Me la merecía y James no podría reclamarme.
—Señor Cullen —Sonó la voz de mi secretaria, eh… ¿Margarita?
Oprimí el botón rojo—. Dime.
—Una señorita lo busca. Está fuera de su despacho.
El sueño se fue como por arte de magia. ¿Una señorita? ¿Me busca a mí? Esto era sorprendente. Serían pasadas las diez de la noche y éste no era una avenida muy transitada. Carraspeé y le di la orden de que pasara a mi secretaria, cuyo nombre no podía recordar. Pasaron un par de minutos antes de que una joven aproximadamente de mi edad, entrara por mi doble puertas de roble. Miró alrededor con admiración.
— ¿Eres Edward Cullen? —Tenía un acento extraño, que nunca en mi vida había escuchado, pero decidí no hacerla sentir mal. Me limité a asentir. Ella sonrió—. ¿Cómo está todo? La abuela E…
— ¿Te refieres a mi abuela Esme? —Interrumpí—. Ella está bien. La pregunta es, ¿quién eres tú?
La examiné, detenidamente. No era muy alta. Cabello castaño, ojos cafés. Una mundana más. Sonreía con felicidad y su rostro parecía más iluminado. No vestía con clase. Era demasiado casual para que fuera una persona con dinero. Simplemente, una chiquilla más sin propósito en la vida. Se acercó hasta el otro lado del escritorio y me ofreció su mano. Pequeña y sin marcas.
— Mi nombre es Bella… —Se presentó—. Soy la nieta perdida durante un terremoto. Anabelle Cullen.
¡Santa mierda! En un dos por tres, estaba parado, haciéndole frente a la joven. Sólo algunas personas sabían de la existencia de Anabelle. Nueve años atrás durante un viaje a Nuevo México, mis tíos –padres de Anabelle– y ella, habían presenciado un terremoto que había destruido muchos lugares. Ellos murieron, pero el cuerpo de mi prima nunca fue encontrado. Personalmente, no recordaba haberla visto. Mi abuela Esme, que se estaba postrada en la cama a causa de una enfermedad, la había buscado por siete años, pero una vez que enfermó, me encargó buscarla a mí.
¿Quién diría que algún día llegaría a estar frente a mi prima perdida?
— ¿De verdad eres Anabelle? —Asintió, con una sonrisa.
—Si gustas, puedes hacerme una prueba de ADN —Llevó una mano a su cabello y se arrancó uno. Lo extendió. Evité hacer una mueca de asco.
Abrí mi laptop. Iniciando sesión de usuario. Mi contraseña era demasiado fácil, y como era fácil, nadie esperaría que un genio usara su nombre como clave. Tecleé rápidamente. En cuanto estuvo cargada, abrí mi carpeta con fotos de mi prima. Busqué de la foto más reciente que teníamos de ella, de muchos años atrás. Ojos cafés, cabello negro… Era casi similar. Los pómulos y los labios disparejos: el superior más grande que el inferior. Eran una copia exacta.
— ¿Por qué tu cabello no es azabache? —Demandé.
—Me lo teñí hace dos años —Respondió—. ¿A poco no se me ve genial? —Preguntó, agitando su melena de un lado para otro.
La observé durante un rato más. Anabelle Cullen, bienvenida a casa.
FASCINANTE Y GENIAL ME ENCANTO SIGUE ASI...bESOS..
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