miércoles, 23 de marzo de 2011

Did I Die? -Capítulo 10

Disclaimer: Los personajes pertenecen a Meyer y su casa editora. Yo sólo juego con los personajes y creo esta rara historia.



Did I die?

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Ansias. Miedo. Nervios. Felicidad. Miedo. Y más miedo.


Dentro de unos minutos estaríamos entre los vivos. Victoria nos había dado un pequeño aparato color plateado con dos botones. Un botón amarillo para ir con los vivos y un botón verde para regresar.


Mi corazón muerto pesaba demasiado y mi cabeza daba vueltas. Escuché como Victoria terminaba de decir las reglas de nuestro pequeño viaje. Los labios de mi novio estaban fruncidos y apretaba mi mano fuertemente. Le di un pequeño apretón.


Sus orbes se voltearon en mi dirección e hizo un amago de sonrisa, pero su rostro estaba oscurecido. Sonreí un poco.


Nuestra guía terminó de hablar y nos dio unos minutos antes de que nos fuéramos. Giré mi cuerpo hacia Edward. Acaricié el dorso de su mano.


— ¿Qué va mal? —Subí mi mano por su antebrazo, hasta su codo y regrese hasta la punta de su dedo del medio.


Él no dijo nada por unos momentos.


—No quiero verlos —Susurró, demasiado bajito como para escucharlo bien. Le pregunté lo que había dicho. Subió su mirada que había permanecido en mi mano, mientras lo acariciaba—. No quiero verlos.


Detuve mi mano para rodear su cuello con ambos brazos. Enterró su rostro en mi cuello. Sentí sus labios besarme en mi clavícula. Suspiré. Aún no estaba acostumbrada a las muestras de afecto en público, pero usualmente, era yo quien las comenzaba. Busqué sus labios y cuando los encontré, enseguida estábamos metidos en un beso tan profundo que el ambiente entero cambiaba.


Pensaba que con eso, Edward se olvidaría de su pesar, pero el beso era un poco tenso. Rompí el beso y lo miré directo a los ojos.


—Si no me quieres besar, está bien —Refunfuñé—. Pero no finjas que quieres.


Él suspiró cansado y me rodeó con sus brazos. Al principio estuve un poco reacia a corresponderle, pero me di por vencida cuando me apretó con fuerza a su cuerpo. Me fundí en su abrazo y aspiré con fuerza su aroma. Edward era una de las pocas personas que con un abrazo podían tranquilizarme, todas mis preocupaciones se iban. Era como mi droga especial.


Sonreí contra su pecho antes de separarme y mirar sus ojos. Se veían tristes… Vacíos. Normalmente, tenían un brillo especial que me hacía feliz, pero al ver sus ojos así, sentía que algo le faltaba a mi pecho. Como si mi corazón muerto no estuviese.


—Entonces, ¿qué es lo que te tiene así?


Negó con la cabeza y evitó mi mirada. Algo debía estar realmente mal para que se pusiera así. Éste no era mi Edward, era otro muy diferente al que estaba acostumbrada. Ni para bien ni para mal… Simplemente diferente. Lo miré detenidamente. Meditando acerca de lo que posiblemente lo tenía así. Su repentino cambio había sido poco después de que Victoria anunciara nuestro viaje. Pensé más acerca de eso. Tenía sentido.


— ¿Es por visitar a tu familia?


Sus labios se fruncieron.


— ¿Qué tiene de malo eso?


Pasaron los segundos, y ninguno dijo nada. Yo porque esperaba a que el me contestara la pregunta, y él, porque pensaba que responder. Esto fue serio, pues no había sonrisas en nuestros rostros. La preocupación era lo más palpable en el ambiente.


—Nada… —Respondió, con tono ausente—. Pero… —Tardó varios segundos más en responder—. Tengo miedo.


Abrí los ojos—. ¿M-miedo?


Miedo era una palabra que conocía muy bien. Aparentaba ser una chica dura, que no le afectaba nada; soportaba las lágrimas y se tragaba los sollozos. Pero a fin de cuentas, era un ser humano, y el miedo es parte de nosotros. Se podía controlar, aunque siempre permanecería en nosotros, siendo parte de nuestro ser.


—Sí los veo… Temo no poder regresar —Sus ojos verdes brillaron con tristeza—. Y quiero estar contigo.


Desvié la mirada al suelo. La intensidad de sus palabras me avergonzaba. Nunca nadie había sido tan dulce conmigo. Ni siquiera mi propio padre. Nadie. Pero de repente, luego de morir, y sin saber que me esperaba en la otra vida, llega este chico extremadamente guapo y dice amarme y temer perderme.


—Te amo —Apenas salieron esas palabras de mi boca, lo miré fijamente, para transmitir, o intentar, todos mis sentimientos.


Esas palabras eran verdad. Vaya que lo eran. Nadie va soltando 'te amo' por ahí. A menos que no fuera cierto. La fuerza, el sentimiento de ese par de palabras, sólo podías decírselas a alguien a quien realmente amaras. Amor. Hasta hace poco creía que era imposible para mí enamorarme, pero Edward era la prueba de que todo era posible.


Sus ojos verdes brillaron, felices, y aquella aterradora tristeza desapareció.


—Yo también.


— ¿Qué cosa? —Pregunté, haciéndome tonta. Me había esforzado tanto para soltar esas palabras, así que yo quería escucharlas de sus labios.


—Ya sabes… —Murmuró, nervioso.


Puse cara de confusión y el resopló—. ¡Te amo, Bella Swan!


Sonreí, satisfecha. Todos voltearon a verlo, incluso Victoria, que intentaba disimular su risa con tos. Edward escondió su rostro entre sus brazos. Besé su cabeza y luego lo abracé.


— ¿Listos para marcharse? —Inquirió, Victoria.


Edward se estremeció. Apreté más mi abrazo y sonreí.


—Puedes venir conmigo, ¿sí? —Susurre, viendo como todos se despedían para después oprimir el botón amarillo—. Así, te quedarías conmigo. Siempre.


Esa última frase había sonado egoísta, pero no estaba dispuesta a perder a la única persona que en mi vida he amado, ni mucho menos. Él sabía que no era mala persona, aunque a su lado, y con tal de mantenerlo ahí siempre, podría ser capaz de cualquier cosa. Edward se había convertido, en lo que yo llamaba, mi obsesión secreta.


No era una obsesión mala, simplemente, era algo que de verdad atesoraba. En especial, mi corazón muerto. Edward deshizo mi abrazo y sonrió. Asintió con la cabeza y se levanto para hablar con Victoria. No parecía enojada, sólo preocupada, por mí. Ella me conocía bien y pensaba que podía quedarme del otro lado y no regresar, nunca.


Programó su aparatito y se lo entregó a Edward. Ambos nos miramos, para después tomarnos de las manos y oprimir el botón.


¿Han sentido el vértigo de subir a la montaña rusa, cuando esta da un giro de 360 grados y sientes que tu estómago se va hacia tu boca? Sí, bueno, mézclalo con un gran asco, y el dolor de cabeza más fuerte que hayas tenido y ahí tendrás una tele transportación fantasmagórica. Ajá, tele transportación queda perfecto.


Edward parecía más enfermo que yo.


Una fría brisa paso entre nosotros. El pueblo de Forks estaba tal y como lo recordaba. Verde. Pero era un verde horrible, como musgo; los ojos de mi novio eran como esmeraldas y brillaban como éstas. Hermoso.


—Así que… ¿Dónde está mi suegro? —Preguntó con tono casual, aparentando no estar nervioso. Solté una risita.


Revisé la calle. Sólo un par de avenidas más y llegaba a la esquina de mi casa. Caminamos cuesta abajo por el pavimentado. Hablamos de cosas sin sentido y ridículas. Y en un abrir y cerrar de ojos, estábamos frente a mi casa.


Suspiré. Rodeé la casa para entrar por la puerta trasera, no es como si lo necesitáramos, pero ya era una costumbre mía. Le sonreí a Edward, maliciosamente, viendo como mi papá estaba sentado en el sofá, con su uniforme de policía.


— Cariño, ¿alguna vez te dije de que trabajaba mi papi? —Mi tono excesivamente meloso lo alertó, además de que lo llame 'cariño'.


Negó con la cabeza, cautelosamente. Sonreí más ampliamente.


—Es jefe de policía del cuerpo de Forks —Contesté, caminando dentro de la sala y señalando su pistola que aún traía encima.


Oí como tragaba en seco y solté una carcajada.


Era increíble que mi novio muerto le tuviera miedo a la pistola de mi papá. ¿Qué daño podía hacerle? De todas maneras, él y yo habíamos pasado a mejor vida. Seguramente, éste viaje, cambiaría nuestras vidas.

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