miércoles, 23 de marzo de 2011

Did I Die? -Capítulo 11: Last Chapter

Disclaimer: Los personajes pertenecen a Meyer y su casa editora. Yo sólo juego con los personajes y creo esta rara historia.



Did I die?

Last Chapter

.


Era esa clase de momentos en los que no podía evitar estar angustiado. Con la sangre congelada en tus venas, esperando en el momento en que todo tu esfuerzo valiera la pena, y además, que tu sufrimiento fuera una advertencia para futuras generaciones. Pero, ¿a quién queríamos engañar? Posiblemente sería lo más noble que he hecho en todos estos años. Supongo que me lo merecía, era algo como el karma. Haz algo bueno, y recibirás algo bueno. Haz algo malo y te ras al infierno. No rimó, pero había mucha razón.


Sobre todo cuando se te aparece un fantasma vengativo que finge ser tu amiga para que… Ok, la historia no empieza aquí. Regresemos unas horas atrás, justo en el momento en que llegamos a Forks.


Soy Bella Swan, y estoy muerta. La frase sonó muy dura y cruel, así es la verdad. Cruda. No me estaba quejando de mi destino, era inevitable. Nunca me arrepentiría de morir, porque había conocido a Edward. Él es como el amor de mi vida… O existencia, o lo que sea que yo era. Decisiones que tomamos nos llevan a donde debemos estar, y ya sean buenas o mala, ustedes saben: no hay mal que por bien no venga.


Edward estaba sentado en mi antigua cama, mirando fascinado a todos lados.


―Ya sabes, no es como si no la hubieras visto antes ―Susurré, recargándome contra la pared.


Se levantó y me rodeó con sus abrazos. Suspiró y su aliento se sintió como una cálida brisa en mis mejillas. Tal vez sonaba cursi, así es el amor.


―Sí, la he visto… Sólo que esta ―Dijo señalando toda mi habitación―. Es la original.


Reí y lo abrace con más fuerza. Su espalda era ancha, musculosa. Pasé mis manos por sus hombros. Las gemas esmeraldas observaron cada movimiento. Mis dedos revolotearon a su pecho, en donde estaba su corazón. Cogí su mano y la puse encima del mío. Seguramente, mis siguientes palabras, fueron las más cursis que he dicho. Pero como les dije, así es el amor.


―Quizás no lo sientas ―Mi voz sonó baja, calmada, aunque se podía apreciar un toque de intensidad en ellas―. Pero cuando estoy junto a ti, me siento viva. No sé cómo explicarlo, porque cuando mi corazón solía latir, nunca me sentí de esta forma. Así que, no es como si hubiera sentido esto. Es sólo que… Contigo me siento más viva de lo que estoy, y de lo que fui. No necesito que mi corazón lata contra mi pecho, si puedo tenerte junto a mí. Te amo, Edward.


Dejo caer su mano. La mirada que me dio tenía una mezcla se emoción y mucho, mucho amor. Y en un par de segundos, sus labios estaban sobre los míos. Yo no perdí el contacto visual con sus ojos hasta que él los cerró. Entonces, de alguna manera, el beso se hizo más pasional. Y ninguno de los dos quería parar. Fue como demostrar lo mucho que nos amábamos y deseábamos estar siempre juntos… Y todo marchaba bien, hasta que se escuchó como una ráfaga de viento cerraba la puerta de la cocina. Nos separamos.


Estaba un poco avergonzada de dejarme llevar, igual que Edward. Nos miramos por unos largos segundos.


Oí las pisadas de Charlie en las escaleras. Le di a mi novio una mirada alarmada y nos apresuramos a dejar todo como antes. No es que hiciéramos un gran desastre. Era sólo para mantener apariencias, mi padre no podía saber que estábamos aquí. Era una regla crucial. Tendí mi mano a Edward y salimos por la puerta. El jefe de policía estaba ya arriba. Sus ojos escanearon el lugar. Luego vi que sostenía la pistola en las manos. Tal vez sí habíamos hecho mucho ruido.


Caminamos con cuidado hacia el otro lado, mientras Charlie avanzaba. Revisó la habitación y soltó un suspiro de alivio al ver que no había nadie ahí. Era como en los viejos tiempos. Recuerdo que cuando solía ser una niña, él venía por las noches y fingía hacer su trabajo de policía porque les tenía miedo a los monstruos. Tomaba de mi mano y una vez que me quedaba dormida, él regresaba a su habitación.


Edward y yo esperamos a que el bajara para salir por la puerta trasera. Apenas e hizo un pequeño slap. Nos giramos.


―Hola, chicos.


Frente a nosotros había una joven. Un poco más joven que nosotros. Tenía ojos azules, como hielo y cabello castaño claro. Era bonita. Simplemente bonita, no era tan hermosa como, odio admitirlo, Rose, pero tenía un aura atrayente. Nos sonreía de oreja a oreja. Sólo que sus ojos eran muy gélidos y no iban para nada con su sonrisa.


― ¿Te conozco? ―Inquirí, levantando una ceja.


Rió tontamente. Aunque… ¡Demonios! Estaba muerta… Digo… ¡Ella realmente estaba muerta! Abrí los ojos, alarmada. Volteé mi cabeza a Edward, él también se acababa de dar cuenta que nuestra acompañante ya no estaba viva. Y no, no era porque nos pudiera ver. Era el hecho de que ella aparecía de la nada. ¡Ni siquiera nosotros podíamos hacer eso! Una vez había visto a Victoria hacerlo, pero… Ese no era el punto.


―Soy Sarah. Michigan. ¿No me…? ―Parpadeó, confundida―. Olvídenlo, chicos.


La forma en que decía 'chicos' era desesperante. Resaltaba tanto la primera sílaba, y le daba un gran énfasis a la frase. Simplemente desesperante. Aunque al parecer, ella no lo notaba. Escaneé su cara unos segundos más. Tenía un lunar en su frente, en forma de estrella. Eso era realmente raro. Revisé mi reloj. Habían pasado un par de horas desde nuestra llegada, teníamos más de diez horas para visitar los alrededores y luego regresar con Victoria. Casi todo un día.


Suspiré―. No es por ser descortés, Sarah. Pero debemos irnos. Así que si nos disculpas…


― ¡No! ―Exclamó, sosteniendo mi brazo antes de que nos marcháramos. Un escalofrío recorrió mi columna. Mis ojos se encontraron con los de ella. Enseguida se volvieron amables. Juro hacer visto un destello desesperado―. Yo… Les acompaño.


―No queremos tu compañía.


― ¡Bella! ―Reprimió, Edward. Sonrió hacia Sarah, con simpatía―. Estaremos encantados de que nos acompañes…


Refunfuñé y comencé a caminar hacia la calle. Edward suspiró y fue detrás de mí. Sarah se había colocado a su lado, con sus brazos rozando. No sabía si era yo, que me estaba volviendo paranoica, o era ella, que de verdad estaba coqueteando con mi novio. Sonreía de oreja a oreja en su dirección y su voz se hacía melosa cuando se dirigía a él. Sí, definitivamente paranoica.


Salté hacia atrás cuando vi pasar a un niño disfrazado de muerte. Irónicamente, le seguía temiendo. El chico venía acompañado de un niño de unos diez años con disfraz del Hombre Araña. Ah, recordaba vagamente mis días de Halloween… Los cuales fueron casi nulos y sin nada que contar. Sarah y Edward hablaban de lo más lindo sobre los disfraces. Ignorándome completamente. Consejo para los novios: nunca dejen a su novia solo y se vayan con otra. Nunca.


Continué el camino hacia la escuela preparatoria.


Sentí un nudo en mi garganta en cuanto pise el estacionamiento. El recuerdo del día de mi muerte estaba tan fresco como el día. Suspiré, nostálgicamente. La muerte. Me dieron unas ganas inmensas de vomitar y llorar a mares. Fue como un efecto retardado. Cuando escuché que había muerto, no había entendido la gravedad del asunto, pero en ese momento, estar en ese lugar… Desearía estar viva. Hice a un lado mi amor, y deseé permanecer con vida, respirando y con un corazón latiendo en mi pecho.


Solté un gemido y me deje caer de rodillas. Inmediatamente mi cuerpo se hizo un ovillo en el suelo y sollocé con fuerza. Nadie dijo nada, ni mucho menos, hicieron algo. Edward comprendía que quería estar sola con mi dolor. En sus ojos vi la mirada dolida que me lanzó. Era como si dijera, ¿no soy lo suficientemente bueno para hacer que estés feliz todo el tiempo?


Negué con la cabeza y me arrastré hacia él. Sus brazos se abrieron y me abrazaron. Y fue solo entonces, cuando comprendí que no necesitaba estar viva para sentir la calidez de mi sangre. El sentimiento de culpa me invadió. Edward era todo lo que necesitaba. Su felicidad era la mía, y viceversa.


Había olvidado por completo la existencia de Sarah, que nos interrumpió en nuestro momento romántico. Algo andaba mal con ella. Sentí como mi cuerpo se llenaba de ira, pero lo deje pasar. No iba a dar un paso en falso. Seguimos nuestro recorrido por los corredores de la escuela. Le hice un detallado informe de cada uno de los alumnos. Fue un día hábil, así que mis antiguos compañeros y maestros rondaban por los alrededores. Señale a las personas con las que convivía más. Edward parecía fascinado por cada palabra que salía de mis labios, lo que me hizo sentir muy alagada; al contrario de Sarah, que hacía comentarios ofensivos y rodaba los ojos.


Mi paciencia tenía un límite, y mi nueva 'amiga' estaba llegando al borde de ese.


Lo que enserio fue la gota que derramó el vaso, fue su despectivo comentario sobre mí. Nos encontrábamos sentados sobre el césped, dejando que unos pocos rayos que se asomaban entre las nueves nos dieran. La piel de mi novio parecía brillar, por lo que me estaba riendo de él. Y de alguna manera, las cosas, terminaron así:


―Ya dile que no le quieres ―Habló con tono aburrido.


― ¿Cómo dices? ―Pregunté incrédula de lo que recién escuchaba.


―Bien, si de verdad lo quisieras…―Musito, maliciosamente―. ¿Por qué dejaste que viniera contigo?


La miré confundida―. No entiendo… Yo…


― ¿Qué? ―Abrió los ojos―. Yo también estoy muerta, y sé del arreglo para visitar a los vivos. ¿Por qué Edward no está con su familia?


Mi boca se abrió en forma de 'o'. Sarah tenía razón. Fui lo suficientemente egoísta –incluso, un poco más- para que Edward viniera conmigo en lugar de con su familia. No quería que se separara de mí jamás, y fue tanto lo que anhele, que hice que viniera conmigo. Lo amaba demasiado para dejarle ir, pero era mi egoísmo lo que me decía que en realidad no le quería.


―Entiendo que las cosas se ven de esa manera ―Intervino, Edward, cuando vio que me quede sin palabras―. Pero yo vine por voluntad. Bella no me secuestró hasta Forks. Fui yo quien quiso venir.


Sarah rodó los ojos y dejo el tema. Sólo que este aún rondaba por mi cabeza. Ella me había abierto los ojos. Y la verdad fue dolorosa, muy, muy, dolorosa. Las siguientes horas fueron un borrón. Le di a Edward un pequeño tour por la ciudad, y deje pasar los comentarios de Sarah. No prestaba atención a nada. Vagamente oía como decían mi nombre, y tiraban de mi brazo hacia otro extremo.


― ¡Bella! ¡Bella! ―Repetía mi nombre, una y otra vez. Con esa voz suave y alarmada―. ¡Bella! ―Sentí un ardor en mi mejilla. Me habían abofeteado.


Mis ojos picaron aún más. Esa perra…


― ¿Por qué demonios me has golpeado? ―Veía todo rojo. Su estúpida sonrisa de satisfacción fue sustituida por un rostro asustado. Era buena.


―Lo siento, parecías estar en trance, y yo…


― ¿Qué? ¡Hija de…!


― ¡Isabella! ―Edward se colocó en medio de Sarah y yo. Lo miré herida―. Desde hace rato te estábamos hablando. No reaccionabas, ¿qué esperabas que hiciéramos?


Le di una mirada de obviedad―. No sé… ¡Sacudirme! Saben, estamos en el siglo veintiuno, las cosas no se resuelven con golpes.


―Hace un segundo parecía como si fueras a golpearme ―Respondió, la chica, con frialdad.


―Tiene razón ―Concordó, Edward.


Estaba estupefacta. ¿Mi novio se ponía de lado de ella? Entonces lo vi claramente. Ella no era mi amiga, ni mucho menos la de Edward. Sarah se traía algo entre manos. No supe que fue lo que me hizo darme cuenta, si la sonrisa malévola o la expresión de satisfacción. Algo de aquello fue. Abrí los ojos y retrocedí, asustada. Había algo que daba miedo.


―Edward…―Susurré―. Alejémonos de ella… ¡Ahora!


Me miró confundido―. ¿Bella?


― ¡Vámonos!


Negó con la cabeza e intentó acercarse a mí. Parecía como si estuviera tratando con un animal salvaje. La cautela de sus ojos, la forma en que caminaba. Él no creía en mí. Edward confiaba ciegamente en Sarah. El dolor del accidente no fue nada comparado con el que sentí cuando mi novio, mi razón de existir, desconfiaba y dudada seriamente de mis palabras. Era mucho para mí.


―Sólo…―Las palabras estaban atascadas en mi garganta―. No olvides que te lo advertí ―Murmuré, fríamente antes de girarme―. Esa perra mentirosa quiere algo y no va a parar hasta conseguirlo. Lo siento, Edward. Cuídate mucho.


Esas fueron mis últimas palabras antes de correr hacia el bosque.


Comenzó a oscurecer. Sonidos de animales por todo el bosque. Las hojas de los árboles se movían lentamente. Un presentimiento horrible se instaló en mi pecho. Lo deje pasar. Unas horas más tarde, cuando el dolor se hubo calmado una milésima, decidí seguir andando por el pueblo y visitar a mi padre antes de marcharme. Ya nada me ataba ahí, podía descansar en paz. Suspiré y arrastré mis pies hacia una cafetería. El calor del lugar y el olor a café despertaron mis instintos. Mi estómago gruñó con tanta fuerza, que me alegré de estar muerta. Hubiera sido una enorme vergüenza.


Cogí unas galletas y un vaso de café, y antes que alguien lo notara, salí a la parte trasera de la cafetería. La luna llena estaba en lo más alto. Saqué del bolsillo de mi chamarra el aparto que nos harían regresar. Faltaban un par de horas para que el tiempo se terminara y no pudiéramos regresar. Una vez que me terminé la comida, me dirigí hacia la casa de mi padre.


Entré de nuevo por la puerta trasera. Oí los ronquidos de Charlie y reí. Mi padre. Subí con cuidado las escaleras y abrí la puerta de su habitación. Él dormía profundamente. Hacía tiempo que no pasaba por aquí. Junto a su buro tenía muchas pastillas. Charlie tenía diabetes, por lo que sus alimentos estaban controlados, pero aquellas medicinas no eran de su enfermedad. Oh, mi padre estaba más enfermo que de costumbre. Suspiré. Desearía quedarme para siempre con él, cuidarlo en secreto, pero debía volver.


Acaricié su frente y le besé la mejilla antes de irme. Tal vez el próximo año podía regresar. Sonreí con esperanza.


― ¡Bella!


Tan pronto como escuché mi nombre, y en un reflejo inconsciente, me volteé. Edward estaba ahí. Su rostro se veía culpable y avergonzado. Le di la espalda y saqué mi control. Antes de que pudiera oprimir cualquier botón, una mano sostuvo mi brazo.


―P-perdona por no creer en ti ―Apreté mis ojos con fuerzas… No iba a caer―. Simplemente fue una decisión difícil, y la incorrecta. No pensaba claramente y Sarah parecía tan buena chica, e indefensa… Pero tú, eras mi novia. Te lo debo a ti. Gracias a ti, he tenido una nueva perspectiva de todo ―No… caería―. Simplemente, lo siento, fui un estúpido. Y ahora, te he perdido para toda la vida. Ni siquiera podré ser tu amigo, ni podré verte, porque…


― ¿Verme? ―Me gire hacia él―. Pero vendrás conmigo, ¿no? ―Pregunté, con pánico.


Sus ojos eran tristes y vacíos―. Sarah robó mi aparato. Dijo que para ella no había oportunidad y vagar por la eternidad no era divertido si lo hacía sola. Tenías razón.


Sonreí de oreja a oreja.


―Repítelo.


― ¿Qué cosa?


―Eso, de que tengo razón.


― ¡Hey! Este no es momento para que te den tus aires de 'te lo dije'.


―Lo siento, pero no entiendo que quieres que haga ―Repuse―. Recapitulemos. Preferiste a otra chica antes que a mí, que te conozco como la palma de mi mano, así de la misma manera que tú a mí. Le creíste a ella. Mhmm… Lo veo difícil. Dame sólo una razón por la que te debería ayudar.


Inmediatamente, su mirada cambió a una cálida―. Porque me quieres y eres una buena persona.


Aush, golpe bajo. Suspiré y asentí. Su rostro se iluminó. Revisé el reloj, una hora y media para regresar. Rápidamente pensé en un plan para recuperar el control de Edward. Gemí, si tan sólo me hubiera hecho caso, no estaríamos en este lío. Le di una mirada de te lo dije e indiqué cada movimiento con suma pausa para que los entendiera totalmente.


Nos preparamos, y fuimos hacia ella.


Sarah estaba en la playa de La Push, viendo la luna llena con una cara de admiración. Según Edward, ella tenía el control en su bolso. Su bolso colgaba de ella todo el tiempo. Una ventaja que teníamos era que su bolso era enorme. Podíamos forcejar hasta conseguirla, además de que éramos dos contra uno. Sonreí con confianza. Edward se acercó lentamente hacia ella. Los ojos de Sarah estaban más fríos que la primera vez. Diez veces más fríos. Vi como Edward se estremecía y desviaba su mirada.


― ¿Por qué lo haces? ―Inquirió, con voz firme.


Sarah levantó una ceja y soltó una risa irónica. Me dio un escalofrío tan terrible, de sólo escuchar su risa. Era tétrica. Todo en ella era cada vez más terrorífico que la primera vez.


―No hay una razón en específico ―Dijo, cortante―. Tal vez se deba a que me hicieron lo mismo mi primera vez. Mi novio ―Abrí la boca con sorpresa―. O mi ex. Tal vez lo conozcas, Félix ―Edward negó con la cabeza, dándole a entender que el nombre no le sonaba. Un destello de desilusión pasó por su mirada―. Desde aquella vez no he tenido un buen concepto de los hombres…


― ¿Pero que te he hecho yo?


― ¡No tengo ningún buen concepto de los hombres! ―Repitió a todo pulmón, histérica―. Sólo quería probarme a mi misma que podía hacerlo. Y lo hice ―Señaló a Edward―. Dejaste a tu novia por mí. Creíste en mí, en lugar de tu novia. ¿Qué clase de persona eres? ―Escupió.


Aquellas palabras llenas de verdad, dieron un vuelco a mi corazón. Sarah hablaba crudamente, pero no sin juicio. Miré al suelo, pensando en qué demonios estaba haciendo.


―Una persona muy ciega y tonta ―Respondió, esa voz aterciopelada que era tan familiar. Levanté la vista―. Me deje llevar por las apariencias y no confié en la persona que amo. Pero eso no es lo peor. Ya no podré verla a la cara sin sentirme culpable. Ni en mil millones de años podré superar esta culpabilidad que me embarga al verla. Su rostro tan herido, su voz fría ―Negó con la cabeza y enfrentó a Sarah―. Yo no fui culpable de que Félix te hiciera eso… ¡En mi vida lo he visto! Sí eres tan desgraciada para hacerme lo mismo a mí… Es que son de la misma calaña.


Sarah respingó y dio un paso hacia atrás, intimidada por las palabras de Edward. Salí de mi escondite y corrí hacia ella. Apenas y alcanzó a pestañar cuando tenía su bolso en mis manos y tiraba con fuerza. Jaló hacia ella, pero ya había conseguido desprenderla de sus hombros. En un intento desesperado, sacudió la bolsa que se encontraba abierta y el único objeto dentro, salió volando hacia el mar. Los tres gritamos.


Mi control vibró contra mí, indicándome que faltaba poco tiempo para que diera la hora indicada. Lo saqué de mi bolsillo y se lo lancé a Edward. Me miró confundido. Y aquí es donde llegamos a lo que les hablaba en el principio…


― ¡Vete!


Su rostro estaba horrorizado―. No puedo hacerte esto, Bella. Si alguien debe irse eres tú…


― ¡No te estoy preguntando! ―Repuse―. No quiero el mismo destino de Sarah para ti ―La aludida ya había salido corriendo, y al escuchar su nombre se volvió hacia nosotros. Había una mirada de satisfacción y a la vez de culpabilidad. Volví a mirar a Edward―. ¡Hazlo! Oprime el botón… ¡Hazlo! ―Chillé.


Cerré mis ojos. Escuché como Edward lo oprimía. Suspiré.


''Adiós. Te amo'', pensé.


Nunca lo volvería ver de nuevo. Sus ojos inquietantemente perturbadores. No pasaría mi mano por sus cabellos desordenados y extrañamente cobrizos. Los labios que ya había besado, serían sólo un recuerdo que perduraría en mi mente. Su voz aterciopelada que decía mi nombre tan cálidamente. Y ese olor, embriagante, puro, que alguna vez fue mi perdición. Todo esto siempre estaría recordándome que él era real.


No pude llorara. Tendría una vida por delante para hacerlo…


Cuando abrí mis ojos, el sol salía. Era una vista hermosa. La playa y el sol. El olor a arena y sal. Vería todos los días, por siempre, el amanecer en este lugar. Nunca me hartaría, porque cada vez que lo viera, sabría que Edward estaría conmigo, pensando en mí.


Relajé mis músculos. Y me recosté sobre la blanda arena, hundiéndome.


(((((((((((((((((((())))))))))))))))))


Una semana pasó volando. Luego un mes…


Había estado viviendo en mi antigua habitación y robando alimentos al despistado Charlie. Vino un frío invierno, acompañado de chocolates calientes y salidas de mi padre hacia su cafetería favorita. La comida recalentada no sabía tan rica como recién hecha, pero era lo único que tenía para comer. Acostumbrada ya, llegó la primavera, el verano y el otoño…


Era el mes de octubre. Pronto sería un año desde que estoy en Forks. Como había prometido, todas las mañanas me despertaba muy temprano para ver el amanecer en La Push. Suspiré mientras veía al astro salir. Recordé los ojos verdes de mi antiguo amor. Soñadoramente lo imaginé aquí, apareciendo por el este, corriendo hacia mí con un par bermudas color caqui y sin playera. La brisa alborotaría sus cabellos y sonreiría seductoramente. Volví a suspirar.


Soñar costaba tanto como respirar. Nada. El sol brillaba fuertemente, por lo que me cubrí el rostro con la mano. Mi visión periférica captó una sombra. La ignoré, en La Push, los hombres acostumbraban a madrugar para practicar el salto de acantilado. Seguí mirando el amanecer.


―Es muy hermoso, ¿verdad?


Abrí mis ojos y me giré hacia la voz. No era como en mi imaginación, está no le hacía justicia ni un poco al verdadero Edward.


― ¡E-Edward! ―Me lancé a sus brazos. Éstos me rodearon con fuerza y besó mi cabeza. Busqué con mis ojos los suyos. Podía ver mi felicidad reflejada en ellos. Sí, definitivamente mi memoria no le hacía justicia. Mi amor no había disminuido ni un poco desde aquel año, por el contrario, parecía ser más grande―. ¿Qué estás haciendo aquí?


Sonrió―. Vengo por ti. He esperado éste día para llevarte conmigo. Te extrañé ―Y me besó.


Sus labios eran más dulces de lo que recordaba. Mucho, mucho más sabrosos. Fue una escena de película, con el sol, las olas y el viento. Sonreí y me separé de él.


―Recuérdalo la próxima vez. Cuando tu novia te diga que esa chica es una perra mentirosa, hazle caso, ¿ok? ―Dije antes de besarlo.


Colocó en mis manos un control exactamente igual al mío. O al que solía ser mío. Sentí un leve mareo. Edward tenía esa seguridad en los ojos de que todo saldría bien. Sonreí y vi como el sacaba otro control. Nos miramos fijamente y oprimimos el botón.


No sé lo que esperaba. Después de un año no sabía que esperar. Pero definitivamente, eso no era. Todos: Victoria, Alice, Jasper, Emmett y Rosalie me esperaban. La sonrisa en sus rostros era igual que la de Edward. Inclusive, Rosalie. El alivio era tan palpable. Unos brazos de fideo me envolvieron. Alice. Sollocé. ¡Dios! La había extrañado horrores…


―Somos como una familia ―Susurró en mi oído―. Tenemos que estar unidos.


Se amontonaron a mí alrededor, rodeándome en un abrazo familiar. Sí, estaba en casa.

1 comentario: